
Por James Blears
En este día 12 de agosto, estamos parados, de forma cabal y dispersa, en el Panteón de Santiago Tianguistenco, Estado de México, bajo una lluvia torrencial, melancólicos, rememorando la breve pero perdurable brillantez de Salvador Sánchez, quien brilló como un cometa en el umbral del horizonte. Un faro eterno.
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Campeón reinante de peso pluma del WBC con un récord de 44-1-1, 32 KO’s y eternamente con veintitrés años de edad.
Para los verdaderos y exigentes aficionados al boxeo, ¿quién podría olvidar esas dos legendarias guerras de desgaste contra Danny «Little Red» López, la andanada de pie y a la ofensiva en el KO en el octavo round de Wilfredo Gómez, o el final e impresionante TKO del joven, aspirante e inspirador Azumah «Prof» Nelson?
Luego se habló de un enfrentamiento contra el campeón de peso ligero del WBC, Alexis Arguello. Pero el coche de Sal colisionó con la parte trasera de un remolque en la carretera de Querétaro a San Luis Potosí, extinguiendo para siempre ese combate y su tan prometedora y joven vida.
A lo largo de los años, Wilfredo Gómez, Juan LaPorte y otros compañeros campeones han venido aquí para rendir homenaje a un grande de todos los tiempos, quien también es admirado por Roy Jones Jr., Sugar Ray Leonard y muchos otros iconos, no solo por su poder de golpeo, sino también por su defensa, su magistral dominio del ring y sus reflejos felinos. Un talento natural. Es imposible ser neutral ante la grandeza.
Tanto Sal como el maravilloso Julio César Chávez tuvieron el mismo entrenador, el fallecido y gran Cristóbal Rosas. El famoso recuento final de Julio, como campeón de tres divisiones, fue de 107-6-2, 85 KO’s. Si hubieran peleado, y es un sueño fugaz e imposible, probablemente habría sido en peso súper pluma. Julio mantuvo el título del WBC entre 1984-1987.
Aunque Sal y Julio tenían estilos muy diferentes, físicamente se emparejaban bastante bien. Salvador medía cinco pies y seis pulgadas de alto con un alcance de sesenta y ocho pulgadas. Julio, solo una pulgada y media más alto y con el mismo alcance. ¡Santo Dios, qué pelea y qué noche habría sido!
Rubén Castillo, quien peleó contra Sal y Julio, no pudo asistir a este evento, pero en una llamada telefónica dijo que eran tan diferentes como el día y la noche. Salvador lanzó y conectó más golpes, pero Rubén llegó hasta el final perdiendo por decisión. Julio detuvo a Rubén en seis asaltos. Rubén tuvo seis puntos de sutura en su ceja izquierda después, un pómulo derecho fracturado y dos costillas rotas. Rubén se ríe al decir que nunca, en sus días de vida y ochenta y dos peleas profesionales, fue golpeado tan fuerte. Rubén rechazó firmemente la oferta de Don King de una revancha con Julio, cuestionando la cordura de tal propuesta. Dice que encontró a Salvador una persona tranquila, mientras que Julio es más extrovertido, sociable y elocuente.
Juan LaPorte, que vino desde Puerto Rico para presentar sus respetos, dijo que Sal era un caballero, un magnífico e inteligente luchador pensante y generoso. Después de su pelea, Sal le dijo que sin duda sería un campeón mundial, y así fue. Un oponente, pero luego un amigo.
La presidenta municipal, Erika Patricia Olea A. La Torre, dijo que Sal es recordado y honrado en cada rincón de su ciudad natal y de México. Su memoria siempre será atesorada.
Mariachis dieron una serenata en el servicio de recuerdo.
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